Puedes llamarlo una pistola. Eso es lo que Will, de quince años, tiene metido en la cintura trasera de sus vaqueros. Verás, su hermano Shawn acaba de ser asesinado. Y Will conoce las reglas. Nada de llorar. Nada de chivatazos. Venganza. Ahí es donde Will se dirige ahora, con esa pistola metida en la cintura trasera de sus vaqueros, la pistola que era de su hermano. Sube al ascensor, al séptimo piso, entusiasmado. Sabe a quién persigue. ¿O no? Cuando el ascensor se detiene en el sexto piso, entra Buck. Buck, descubre Will, es quien le dio el arma a Shawn antes de que Will la cogiera. Buck le dice a Will que compruebe si el arma está cargada. Y es entonces cuando Will ve que falta una bala. Y el único que pudo haber disparado el arma de Shawn fue Shawn. Huh. Will no sabía que Shawn había usado su arma. Más grande, eh. BUCK ESTÁ MUERTO. ¿Pero Buck está en el ascensor? Justo cuando Will está tratando de pensar en esto, la puerta del siguiente piso se abre. Una chica adolescente sube, y aleja el humo del cigarrillo de Buck muerto. Will no la conoce, pero ella lo conocía. Lo conoció. Cuando tenían ocho años. Y las balas perdidas habían atravesado el patio de recreo, y Will había tratado de cubrirla, pero la habían alcanzado de todos modos, y por eso lo que ella quiere saber, en esa parada del ascensor del quinto piso, es qué pasa si Will, Will con la pistola metida en la cintura trasera de sus vaqueros, FALLA.
Y así todo el largo camino hacia abajo, mientras el ascensor se detiene en cada piso, y en cada parada alguien relacionado con su hermano se sube para dar a Will una pieza de una historia más grande que la que él cree conocer. Una historia que podría no tener nunca un final... si WILL se baja de ese ascensor.
Contada en un verso narrativo corto y feroz, Long Way Down es una mirada rápida y furiosa, deslumbrantemente brillante, sobre la violencia armada de los adolescentes, como sólo podría ser contada por Jason Reynolds.
Mil gracias a KOD!
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